[Publicación] – Duelo y Revolución
16 abril, 2021Sobre una pintura de Iosu Aramburu
Por Mijail Mitrovic
Como parte de las celebraciones por los 91 años del fallecimiento de José Carlos Mariátegui, el Archivo Mariátegui presenta su nueva publicación: Duelo y revolución. Sobre una pintura de Iosu Aramburu del antropólogo y crítico de arte peruano Mijail Mitrovic.
En palabras del autor, el texto analiza algunos hechos históricos próximos a la muerte de Mariátegui que le permiten discutir el cuadro de Iosu Aramburu –artista plástico peruano– frente a ciertos modos de representación de la figura del Amauta que han sido dominantes en la cultura socialista peruana a lo largo del siglo XX.
«La muerte de Mariátegui supuso un quiebre tanto en la escena política nacional como en una vasta red internacional de intelectuales vinculados a proyectos como la revista Amauta, fundada en 1926. Los telegramas que llegaron a la redacción de la revista tras la noticia de su fallecimiento muestran los tejidos de esa red y su notable densidad en el territorio nacional. En el ámbito político, los últimos meses de Mariátegui estuvieron marcados por un creciente aislamiento, producto del seguimiento y represión por parte del gobierno leguiísta y por las fracturas que la famosa polémica con la Internacional Comunista (Komintern) generó en su círculo inmediato, con quienes fundó el Partido Socialista Peruano en octubre de 1928.
Como lo sugiere Alberto Flores Galindo, la dirección de la sección latinoamericana de la Internacional Comunista, por parte de Victorio Codovilla en Buenos Aires y dirigentes peruanos como Ricardo Martínez de la Torre y Eudocio Ravines, estaban entonces alineados en una posición “antiintelectualista” para la que había que separar “la revista y el partido”, dos dimensiones de la organización político–cultural que Mariátegui había defendido. Pero fue, sobre todo, por la represión de las fuerzas de la llamada Patria Nueva que este último preparó el traslado junto con su familia a Buenos Aires, proyecto finalmente trunco.
Tras el fallecimiento de Mariátegui, Luis E. Valcárcel escribió:
En esta década, el Perú sólo fue citado con honor cuando aparecía el nombre de José Carlos Mariátegui. Y lo que salva al Perú, lo que salva la responsabilidad de la juventud peruana, es el apostolado de Mariátegui, su obra doctrinaria, su élan de cultura y de creación, su fervor y desinterés, su apoyo del oprimido y su intuición admirable de todos los problemas cardinales de América. Mariátegui los estudia y los resuelve.
Nótese que aquí se valora tanto la doctrina como el trabajo de organización cultural, y convendría examinar mejor si ambas dimensiones han sido celebradas y desarrolladas por las organizaciones que asumen el legado del Amauta como propio. O, mejor, como lo plantea Javier García Liendo, habría que discutir si el reconocimiento de Mariátegui como un intelectual modélico significó para el socialismo solamente adoptar un conjunto de ideas y disputar su sentido o si, además, se ha recogido su insistencia —en la que coincidió plenamente con Antonio Gramsci— en intervenir y reorganizar la base material de la cultura. Esta escisión entre dos formas de interpretar el legado de Mariátegui será importante para organizar la exploración que sigue.
Ahora bien, en el ámbito internacional, en unas conferencias a un mes de la partida de Mariátegui, el abogado chileno Eugenio Orrego Vicuña describió así sus funerales:
Banderas e himnos proletarios se abatieron en las calles de Lima, plena todavía de supervivencias coloniales, sobre el féretro de José Carlos Mariátegui. Y sobre su memoria se abatió, también, irreticente, emocionado, el homenaje de todos los hombres que en el Perú tienen el hábito de pensar y el don de la sinceridad. Era, en suma, un homenaje nacional que el país tributaba al más representativo, al más austero y al más trascendente de sus hombres. Y esa consagración, un poco tardía, venía a coronar, como en la vida de todos los apóstoles, una existencia de la que nunca estuvieron alejados el dolor, la incomprensión y la pobreza, triple carga que suele fatigar los hombros de aquellos que marchan a la conquista de las alturas espirituales. Mariátegui las alcanzó, en su breve vivir, con los valores de su acción política y social, de sus virtudes privadas, de su tarea literaria y periodística, tan vasta para su juventud.
Fallecido antes de cumplir 36 años, Mariátegui recibió entonces una merecida consagración dentro de la intelectualidad latinoamericana que, hasta el presente, lo ubica como el pensador peruano más importante del siglo XX y como fundador del marxismo latinoamericano. “Su vida es nuestro ejemplo, su obra una inquebrantable afirmación, su cadáver, una protesta”, reza el boletín extraordinario publicado por Amauta. ¿Cómo fue su despedida? ¿Qué pasó cuando irrumpieron esas “banderas e himnos proletarios” en la Lima de los meses finales del Oncenio de Leguía?
Tras la muerte de Mariátegui en la clínica Villarán, el velorio fue organizado en su casa, ubicada en el jirón Washington Izquierda. La CGTP repartió volantes llamando a las masas a concurrir, dispuso una guardia de honor en el velatorio y distintos sindicatos ubicaron estandartes alrededor del ataúd. Según lo relatado en Amauta, al día siguiente,
[…] a partir del mediodía la concurrencia fue creciendo teniendo que estacionarse en la calle frente a la casa. El proletariado organizó el desfile, constituyendo una guardia roja para controlar el orden del sepelio y el relevo de los obreros que portaron el ataúd. Se inició el desfile minutos antes de las 4 p. m. del día 17 de abril, presidido por la [CGTP] que portaba en alto su bandera con su inscripción. La concurrencia tomó el jirón Washington hacia el Paseo Colón y antes de ingresar a este se elevó, dentro del seno de la concurrencia, en un arranque unánime, los sones metálicos de la Internacional, comunicando contagiosamente ese sentimiento sublime que expresan los acordes del himno proletario.
Como relata Servais Thissen, era Jueves Santo y el prefecto de Lima quería evitar que el cortejo irrumpiera en el centro de la ciudad, pero “la masa obrera se impuso” y logró pasar “por la Plaza San Martín, el Palacio de Gobierno y la Catedral” . Al llegar al cementerio, se sucedieron discursos de representantes de la Asociación Nacional de Periodistas, de la CGTP, del grupo estudiantil Vanguardia y de Martínez de la Torre, gerente de la revista Amauta. Escribe Thissen:
El 17 de abril quedó en la memoria de muchos limeños: ese día Lima, la colonial y católica, se estremeció de emoción al escuchar los cantos de la Internacional que acompañaron a uno de los hombres más significativos del Perú. […] Las informaciones recogidas de los periódicos de la época indican que entre 10.000 y 20.000 personas habían acompañado el féretro. Un dato interesante es que a las 4 de la tarde todo el tráfico de Lima quedó paralizado, porque la Federación de Transportistas decretó un paro de cinco minutos. Evento inaudito que no sé si alguna vez se ha repetido en Lima.
Su reconstrucción de los hechos permite valorar que el paso del cortejo significó una verdadera irrupción urbana de la cultura socialista a la que Mariátegui dedicó tanto esfuerzo en construir. Una irrupción pronto sofocada por la ilegalización de comunistas y apristas por parte de la dictadura de Sánchez Cerro, situación que se extendería con marchas y contramarchas hasta finales de los años cincuenta.
Javier Mariátegui Chiappe recordó que, en 1955, al trasladar los restos de su padre al Mausoleo donde se encuentra hasta la fecha, estaba intacta “la bandera roja que lo acompañara durante esos veinticinco años y que fuera llevada en su largo itinerario de la casa de Washington hasta su primera morada, cuando Lima anochecía, en hombros de obreros e intelectuales y al son de la Internacional”.Desde luego, Aramburu no estaba al tanto de todo esto cuando le otorgó una especial nitidez a la bandera que, según el hijo del Amauta, al menos hasta 1955 había resistido al paso destructor del tiempo».
* Duelo y revolución. Sobre una pintura de Iosu Aramburu se publica de manera simultánea con la revista Jacobin América Latina.